Epístola moral sobre las costumbres del siglo

A mi querido amigo
El excelentísimo señor don Ventura de la Vega.

¡Oh siglo del vapor y del buen tono!
¡Oh venturoso siglo diecinueve…
O, para hablar mejor, decimonono!

Si alguna pluma cáustica se atreve
A negar tus virtudes y tu gloria,
Yo la declaro pérfida y aleve.

¿Cuándo ha visto en sus páginas la historia,
Sea en la antigua edad, sea en la media,
Tantas acciones dignas de memoria?

¡Y qué saber! Si Dios no lo remedia,
Tendrá cada varón dentro de poco
Montada en su nariz la enciclopedia.

Mozuelo a quien ayer hacía el coco
Bestial pasiega, y sin ajeno auxilio
Ni andar podía ni limpiarse el moco,

Hoy desafía a Homero y a Virgilio,
O con él comparado, si gobierna,
Era un mal aprendiz Numa Pompilio.

Hay quien echa a Demóstenes la pierna
De la elocuencia gárrula prendado
Que aprendió en los cafés… o en la taberna.

A otro basta nombrarle diputado,
Aunque su nulidad sea notoria,
Para que él se repute hombre de estado.

Hasta un pinche que en docta pepitoria
Perdices o besugos condimenta,
De sabio alcanza ya la ejecutoria;

Que si a la parca víctimas aumenta
La ciencia culinar, sabrosa muerte
Es morir con su sal y su pimienta.

Escribir y crear es nuestro fuerte,
No hay poste ya sin cartelón impreso,
Ni prensa ociosa, ni punzón inerte.

¡Así se compran páginas al peso,
Pagando medio duro por arroba,
Para envolver los dátiles y el queso!

Uno invoca a las brujas en su trova;
Otro sigue a Aristóteles y a Horacio;
Otro pinta a los héroes con joroba;

Aquel pulsa la lira en un palacio;
Aquel otro rasgando la bandurria
Muestra en un bodegón su cartapacio.

Ya nos posea el júbilo o la murria,
A todos nos ataca esa manía,
Esa especie de métrica estangurria,

Y lo mismo en la dulce poesía
Que en moral, en política, en hacienda,
Nuestro estado normal es la anarquía.

“El genio por doquier se abre una senda.”
Asentada esta máxima, ¿qué importa
Que ya ningún cristiano nos entienda?

Así también la muchedumbre absorta
Sus goces multiplica intelectuales
Con tantas coplas como España aborta.

Así quizá en los públicos corrales
Involuntaria risa nos asedia
Cuando ejecutan dramas sepulcrales,

Y hoy que tanto se ríe en la tragedia
No es maravilla si se queja alguno
De que le hagan reír en la comedia.

Mas dejando en su tema a cada uno,
Hugos y Tasos, Góngoras y Ovidios,
Decidme, y perdonad si os importuno;

¿Cuándo persas, ni sármatas, ni lidios
Hilaron tanto y tan delgado en esto
De acumular gabelas y subsidios?

Ello es verdad que con amargo gesto
Suspiran más de dos por un sistema
Que a lo justo reduzca el presupuesto.

Ello es verdad que rústico anatema
Fulmina audaz contra el avaro fisco
El pobre ganapán que caya o rema,

Y cuando alza el orgullo un obelisco
Exclama en su dolor: ¡yo lo he pagado
Con la postrer oveja de mi aprisco!

Mas ¿quién es un pechero mal criado
Para meter impertinente el cuezo
En el Sancta Sanctórum del Estado?

Humille al suave yugo su pescuezo,
Y al sueño lo atribuya buenamente80
Cuando el hambre le arranque algún bostezo.

Pues ¡no faltaba más!; ¡que un insolente
Su bienestar prefiera…, verbigracia,
A las arduas cuestiones del Oriente!

Harto tiene que hacer la diplomacia
Si ha de avenir con el bajá del Nilo
A un tal Abdul Mejid, sultán de Tracia.

¡Es grave la cuestión! Pende de un hilo
Si ha de ser del vecino, o tuya, o mía
La pesca del caimán y el cocodrilo.

Arreglemos primero a la Turquía,
No sea que del uno al otro polo
Arda la guerra asoladora, impía.

A bien que Metternich se pinta solo,
Y Palmerston es hombre que lo entiende
Para eso de enjergar un protocolo,

Y después que conjuren aquel duende
Y al bajá y al sultán protocolicen,
Protocolizarán a los de aquende.

¡Oh! mármoles y bronces eternicen
Al que inventó tan linda panacea,
Aunque algunos ingratos la maldicen.

Lo que antes en diez años de pelea,
En un par de semanas hoy se ajusta
Con polvos y papel, tinta y oblea.

Otorga el flaco lo que al fuerte gusta;
La guerra es ya de pura ceremonia,
Y aunque truene el cañón nadie se asusta.

Venga, dice el inglés, esa colonia,
Y el prusiano y el ruso y el austríaco
Se reparten el reino de Polonia.

Si esto no agrada al infeliz polaco,
¡Paciencia! Era mal clima la Siberia:
Mejor campa en el Vístula el cosaco.

Así en el archipiélago se feria
A Otón un cetro, y a Coburgo en Flandes;
Así muere absoluto el rey de Iberia,

Y en su cartera así los hombres grandes
Del universo encierran el destino
Desde el hercúleo mar hasta los Andes.

Acaso algún espíritu mohíno
Más daño que a la pólvora y al hierro
Atribuya al papel y al pergamino.

Si al fin, dirá, la albarda y el cencerro
Ha de imponer al débil el potente,
Si le han de dar al cabo pan de perro,

Más vale pelear como valiente
Y a lo menos salvar la negra honrilla,
Como dijo aquel príncipe excelente.

¡Grosero error! Doblemos la rodilla,
¡Oh santo Protocolo, en tus altares.
¡Vítor!… Eres la octava maravilla.

Y no porque a los bélicos azares
Sucedan los primores de la pluma,
Faltan héroes. Nos sobran a millares.

De tal renombre la grandeza suma
Apenas se otorgaba en otra era
Al audaz vencedor de Moctezuma.

Hoy lo arreglamos ya de otra manera;
Proclamas y periódicos sin cuento
Conceden ese título a cualquiera.

¿Y qué diré, oh Ventura; (que el momento
Ya llegó de nombrar el ciudadano
A quien mi carta dirigir intento)

¿Qué diré del prodigio sobrehumano
De valer hoy millones los billetes
Que ayer menospreció todo cristiano?

Ve a la Bolsa y, sin miedo a los corchetes,
Verás improvisar su bienandanza
A quien sabe mover los cubiletes.

¡Doloso cebo al necio Sanchopanza
A quien sepulta en súbito naufragio
Viento falaz que le auguró bonanza!

¡Maldito sea, exclamarás, el agio,
Peste de las modernas sociedades,
Más fiera que el bubón en su contagio!

¡Dichosas las pretéritas edades
Do fue desconocido! ¡A buen seguro
Que lo sufrieran Jerjes ni Milciades!

Mas ¿qué hicieras, replico, en el apuro
De ser ministro, di, y en el erario
No hallar para un remedio un peso duro?

¡Oh! No cabe sistema tributario
Que iguale ni con mucho al arte eximia
Que convierte el papel en numerario.

¿Y cómo reprobar la nueva alquimia
Cuando con ella el alto financiero
Si no salva al estado… lo vendimia?

¿Y qué importa que gima el pueblo entero
Mientras jugando al alza y a la baja
La bursátil legión nada en dinero!

Que no a todos es dable la ventaja
De comprar al futuro y al contado
Sin un real en la bolsa ni en la caja.

Al bolsista chambón, desventurado,
Que, paga una primada en cada prima
¿Quién le manda meterse en tal fregado?

Pero aunque esta verdad nos cause grima,
El maldito interés es una plaga
Que nunca el hombre se echará de encima.

Yo mismo, mal coplero que, a la zaga
Del Venusino que ilustraba al Lacio
En dulce son que persuadiendo halaga;

Yo que, imperito imitador reacio
De Rioja insigne, cuya docta pluma
Dio a la hispana región segundo Horacio,

Oso epistolizar (¡audacia suma!)
Y en vano forcejeo con la carga
Que ya mis hombros frágiles abruma,

Cuando escribo estos versos de botarga,
Y con algo de miel los elaboro;
Que a secas la verdad es muy amarga,

No de gloria fugaz al almo coro
Demando la merced: sólo me impulsa
La golosina de la Rosa de oro:

Y aunque peque mi sátira de insulsa,
Me quedaré más frío que la nieve
Si el adusto areópago me repulsa.

Mas, por si tal ocurre, quiero en breve
Dar a mi carta fin; que es ya prolija
Y tal vez hoy se lean ocho o nueve.

Así, aunque mucho queda en la valija,
Adiós, Ventura amable; siempre tuyo,
Como sabes… et caetera…, y concluyo
Antes que el auditorio me lo exija.


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Poema Epístola moral sobre las costumbres del siglo - Manuel Bretón de los Herreros