En la tarde,
la rojiza hendidura que el sol deja
entre el cielo y el mar
nos remite al principio de un rumor obstinado.
Escucha, no el sonido del aire,
no el batir de las olas contra la línea imaginaria
que separa cuanto sueñas y vives,
sino el constante crepitar del silencio
que más allá de su propia insistencia
te desdice y aprieta entre su nada,
la hiriente indagación del miedo
precipitándote al vacío.
Escucha el zumbido de quien eres
como un eco lejano que ha dejado de ser.
Escucha ese otro cántico que entona
la miserable oscuridad del día
que viene cada tarde a rescribirte
en su roja hendidura.
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