Una señora, viuda encontró impensadamente un retrato
de su amado esposo de quien le quedaron felices hijos
Filis, en cuyo amante muerte fiera
robó mas alma que dejó a su vida,
y de su esposo la mortal herida
en huérfanas reliquias hoy venera,
vio un retrato, una imagen lisonjera,
de verdadero amor, sombra fingida,
y, en viéndola, a consuelo introducida,
conoció no ser alma verdadera.
Escrupulosa en ver que se divierte,
“¡ay! – dijo – amante amado, no me atrevo
a ver tu sombra, pues de ti me privo;
tan toda el alma concedí a tu muerte
que ya no he de poder sentir de nuevo
ni aun el dolor de no mirarte vivo”.