Dos serranas he trovado
A pié de áspera montaña,
Segund es su gesto e maña
Non vezadas de ganado.
De espinas trahen los velos
E de oro las crespinas,
Senbradas de perlas finas,
Que le aprietan sus cabellos;
E las trufas bien posadas,
A más, de oro arracadas,
Rruvios, largos cabellos
Segund doncellas d’estado.
Fruentes claras e luzientes,
Las çejas en arco alçadas,
Las narizes afiladas,
Chica boca e blancos dientes,
Ojos prietos e rientes,
Las mexillas como rosas,
Gargantas maravillosas,
Altas, lindas al mi grado.
Carnoso, blanco e liso
Cada cual en los sus pechos,
Porque Dios todos sus fechos
Dexó quando fer las quiso;
Dos pumas de paraíso
Las sus tetas ygualadas,
En la su çinta delgadas
Con aseo adonado.
Blancas manos e pulidas,
E los dedos no espigados,
A las juntas no afeados,
Uñas de argent guarnidas,
Rrubíes e margaridas,
Çafires e diamantes,
Axorcas ricas, sonantes,
Todas de oro labrado.
Ropas trahen a sus guisas
Todas fendidas por rrayas,
Do les paresçen sus sayas
Forradas en peñas grisas;
Sus ropas bien asentadas,
De azeytuní quartonadas,
De filo de oro brocado.
Yo las vi, si Dios me vala,
Posadas en sus tapetes,
En sus faldas los blanchetes,
Que demuestran mayor gala.
Los finojos he fincado,
Segund es acostumbrado
A dueñas de grand altura:
Ellas por la su mesura
En los pies m’an levantado.