En el feroz acuerdo
A que llegaron. Donde dobla el día.
En las patas de oso
Que levantaron ellas hasta amarrarlos por detrás del cuello.
O en el cristal de las sábanas.
Hubo más tarde, como siempre, llamadas
De reloj, de teléfonos abiertos
Inútilmente ya, cuando ya sólo eran
Cenizas, o brasas, un hiriente latido
De carmín en los labios.
Esporádicamente
Da el viento en los visillos y se vuelve a marchar.
Porque no hay nada. Nadie
Obligará a ese gato de la esquina
A levantar los párpados
E iluminar de luz verde la pared
Que siempre fuera una página en blanco.
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