Las Bóvedas era como arribar
a la capital del paraíso.
Allá íbamos por toda la Avenida A,
hasta llegar al borde del mar.
La Plaza de Francia era una fiesta,
una ilusión,
un día feliz,
un jolgorio.
Al volver al barrio,
extenuados y tocados por la plenitud,
era casi como haber viajado
a otro país.