El juego inventa el juego

¿No será mal negocio este que somos
de besos y de piernas y de pieles?
A diario hacemos cuentas y balances,
a diario negociamos
con nuestros cuerpos y con nuestras almas.
Inútilmente, a ciegas, sordos.
Inútilmente. Inútil.

Los dos robamos.
Ambos somos venales.
Nos vigilamos, nos enternecemos.

Yo acaricio el talón de esta mujer,
muy suavemente
-con la yema de la yema de los dedos-
buscando el punto débil,
el talón del talón,
el atajo más corto
al inhollado centro su vida.
Inútilmente. Inútil.

Y ella me toca a mí y me mira
completo, con sus manos omnimodas.
Busca un hueco en el torso, una fisura
para hundir el brazo
tras tesoros supuestos.
Inútilmente. Inútil.

Tal vez, acaso, a lo mejor, quizá, en el fondo,
dicho de algún modo, en cierta forma, entonces,
no lo sé, es posible;
no nos hemos tocado,
ni nos conocemos
ni hemos estado aquí,
ni importa a nadie lo que nos suceda;
y no somos humanos
ni hemos sentido adentro cosa alguna
-murallones calizos y abstrusos de la costa
que se miran sin ojos y sin verse-
ni somos nadie
ni existimos
ni nada.


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Poema El juego inventa el juego - Eduardo Lizalde