Esperaré, y en día no lejano,
cuando se apiade mi contraria suerte
y me depare el ósculo de muerte
que ha de salvarme del contagio humano,
pienso que tierra y cielo y océano
de gozo temblarán… y que yo, al verte,
caeré de nuevo en tu regazo, inerte,
después de traspasar el hondo arcano.
Mas luego nuestras almas en un grito
de amor se fundirán… y un mismo anhelo
nos llevará a los pies del Dios bendito;
y así como esos astros de áureo vuelo
que vagan de infinito en infinito,
volaremos los dos de cielo en cielo.
Y en unos eternos abrazos confundidos,
lejos de las mundanas mezquindades,
oiremos, en las altas claridades,
de la angélica orquesta los sonidos.
Y veremos con ojos sorprendidos
la desaparición de las edades,
hasta que el mundo, envuelto en tempestades,
caiga en rotos fragmentos esparcidos.
Y cuando en esa vida misteriosa
toda mi sed de dicha se mitigue,
y tú sientas la calma prodigiosa,
como en el cielo todo se consigue,
tú serás una estrella esplendorosa,
yo un satélite tuyo… que te sigue.