Nada más solitario que el dolor
porque también excluye a quien lo siente,
si con él se traiciona o se acompaña.
De mi propio vacío
siempre yo el excluido.
Tú,
tan desaparecida,
tragada por la tierra como lluvias de paso,
puedes estar debajo de las sombras
que comparten la noche con mi sombra,
en los bares abiertos igual que las heridas,
las hamburgueserías
que la ciudad habita y condecora
con la tristeza inmóvil que vende un cabaret,
donde las gentes pierden
el pudor de saberse atormentadas.
Junto a los coches muertos a un lado de la calle,
hay un lugar sin nadie que se convierte en lágrima.
Y yo
desesperadamente lo recorro,
porque también mis ojos
vagan por la ciudad buscando aparcamiento,
en las últimas horas de este lunes sin fin,
lejano y solo.
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