A Francisco Brines
Parece que soy yo quien hasta mí se acerca
quien erguido camina rodeando mis piernas,
apoyando la piel sobre mi pecho,
cuando se acercan ellos, los recuerdos,
esos gatos sonámbulos del tiempo
que vigilan reunidos,
como palabras dichas,
caídas en el blanco
mantel de aquellas fiestas.
¿Dónde está la memoria,
detrás de qué latido se levanta
para enseñar su rostro,
el tesoro que lleva en sus ojeras
de Canciones perdidas, de promesas
que nos tiran de pronto hacia otra parte?
Mi historia no es un libro, como dices,
es la esquina doblada de una página,
porque pensar también lo que no he sido
me define de un modo más exacto
por elecciones
o presentimientos,
porque hay versos que nunca se llegan a escribir
y la fidelidad que tengo a la poesía
es demasiado débil,
ni siquiera respeta su nostalgia.
Perdóname. ¿Recuerdas
el juego de crecer en soledad,
una voz que te llama por tu nombre?
La vida no traiciona, sólo existe
de un modo diferente al esperado
y es justo que se cuide, pues la cito
cuando tengo interés en malgastarla.





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