Una vela separa del candelabro Imperio
y la enciende, y la mesa recorre.
Sobre el adamascado del mantel
el brillo desigual de la cubertería
y de las tenues guirnaldas del Limoges.
Por entre los calados respaldos
Louis se acerca a los vientres tersísimos
de las copas y los hace sonar.
Introduce los dedos en el estuche blanco
de una cala y ensimismado hurga
y acaricia los bordes de la alargada flor.
La otra mano, agitada, sobre la servilleta
que su mitra distingue ante el sitial del padre
derrama, incontenible, ardiente esperma
Anna mira un momento y enrojece.
Sube a su cuarto desasosegada.
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