A Celmira Jurado
¿Quién no ha visto en las orillas
del hermoso Paraná,
esa banda, siempre verde,
siempre móvil del juncal?
En las horas de la siesta,
cuando todo duerme en paz,
en las cuerdas de esa lira
van las olas a cantar.
Almas buenas y sencillas,
venid todas, y escuchad
lo que dicen esas olas
en el arpa del juncal.
Cuando el delta en muda calma
bajo el sol de Enero está,
y el silencio es más sensible
porque arrulla la torcaz,
Ellas cuentan una historia
que repiten sin cesar,
una historia en que hay un nido
y un cantor del Paraná.
Sucedió que en varios juncos
reunidos en un haz,
con totoras y hojas secas
hizo nido un cardenal.
¡Con qué orgullo miró el ave,
bajo el sol primaveral,
sobre el agua movediza
columpiándose, su hogar!
Una rama de un seíbo,
inclinada hacia el raudal,
le dio sombras, flores rojas…
cuanto un árbol puede dar.
Y extendiendo hasta aquel nido
largo vástago un rosal,
fue en sus bordes, la mejilla
de una rosa a reclinar.
¡Qué contenta estaba el ave!
¡Qué prodigio musical
era entonces su garganta!
¡Qué inquietudes y qué afán!…
Pasó el tiempo. En el estío
los polluelos no son ya
tan pequeños, y hasta suelen
breves trinos ensayar.
Pero el río fue creciendo,
fue creciendo más y más,
y hubo un día en que una ola
saltó al seno del hogar.
¡Qué aleteos bulliciosos
les produjo el golpe audaz!…
siempre ha sido de la infancia
festejar la tempestad.
Recio viento de los llanos
una tarde hirió la faz,
con el choque de sus alas,
del soberbio Paraná;
Y las olas, irritadas,
empinándose a luchar,
en espuma convirtieron
su serena majestad.
¡Cómo duermen los pequeños
mientras brama el huracán
y las ondas los salpican
con su polvo de cristal!
Se vio el nido estremecerse,
y a su empuje, vacilar,
mas sus crestas no alcanzaron
a la altura del juncal.
Pues si el río fue creciendo
cada día más y más,
él también fue levantando
sus varillas a la par.
Almas buenas y sencillas
que en la tierra hacéis hogar,
elegidlo con la ciencia
del pintado cardenal.