Era un pez sin espinas
Y siempre navegaba formando olas celestes.
Doradas las aletas y el dorso azul turquesa,
Recorría la pecera en una ceremonia
Inexplicable y mágica.
Por el fondo la arena formaba laberintos
Y él, tan misterioso y grave,
-casi humano en sus giros –
Abría sus aletas como abanicos negros
Y dejaba una estela de ternura en el agua.
Cuando llegaba el frío, abría sus grandes ojos,
Arrimaba su pecho al cristal transparente
Y acariciaba mis dedos al saberme tan triste.