Al mediodía, entre margaritas,
Sentada en piedras lisas,
Nombro a la bruja,
La vida no vivida
De la mujer amarga,
Limpios objetos como rejas la cercan,
Un pulcro olor a nada
Respiran sus pulmones,
Hunde el pico de buitre
En la carne más tierna,
El desierto le seca la piel,
-las tijeras, la suerte, el criterio, las moscas,
El horóscopo, el polvo, las cuentas,-
Le dan vuelo a la escoba
Que la eleva sobre el género humano,
El vacío le llena las vísceras,
Los ojos de vidrio le detienen la cara,
El miedo metaliza el calor de su vientre,
Un arenal estéril deja sus senos huecos,
Se abraza a la malicia
Como a un escudo antiguo
Y la honra es el líquido
Con que lustra su muerte,
Sentada en una olla
Teje un invierno eterno
Para abrigar sus gatos
En la rueca oxidada
Que agoniza en su pieza,
La vida es su mortaja,
Y cuando anda pasa el viento,
A la luz de relámpago
De una dicha prohibida
Contempla en el espejo
A la bella figura del triunfo
Y adorna con su risa
Abierta en carcajada los grises de sus trajes
De donde llueven cenizas frías,
En el laboratorio de su mente
Ocurren los destinos,
En el sitial del juicio
Tiene siempre la última palabra,
Como los dientes de una máquina de calcular
Mastican los papeles, así persigue ella
A la inocencia como a una liebre arisca,
En mil glorias redondas
Le estallan los ciruelos, ella suelta sus galgos
Para atraparlos,
El sol le desemboca en la ventana,
Ella le derrama la noche por encima
Para que vuelva al otro día,
Sobre su mesa humean los manjares
Que en celosos roperos
Para mañana guardan
Sus dedos flacos,
Eleva como a Dios
Al diablo sus plegarias,
Por el miedo al amor
Congelada
La encierra su ataúd,
El corazón clamando
Bajo el dolor secreto
De la vida
Que no pudo vivir.