Era un pez muy extraño. Amistoso y distante.
Le gustaba saltar por encima de las anémonas y los crustáceos.
Le gustaba reírse de los viejos delfines
Y hacía burlas continuas de las autoridades marinas o celestes.
Se había inventado un cerebro de color amatista
Y creía, fervientemente, en los grandes avances de las ciencias ocultas.
Sentado sobre el borde de la enorme pecera
Ocupaba el lugar siempre exacto que le correspondía
Y desde allí observaba
El territorio opaco que había dejado atrás.
Yo le llevaba panes, caramelos de miel y migajas de hojaldre,
Y lo miraba hundirse y remontar las olas
Y cargar con las penas y el miedo de los otros.