Cuando yo expire, a la empinada sierra
transportad mi cadáver, y en la cumbre
no lo arrojéis debajo de la tierra,
sino encima, del sol bajo la lumbre;
donde me cante el imperioso viento
sus largos De profundís, y mi caja
sea un risco, el firmamento
mi capilla, y la nieve, mi mortaja;
en donde para honrar el mustio rastro
de lo que fui, cuando en la vida estuve,
tenga por cirio funeral un astro
y por incienso místico una nube;
donde para que rabien los humanos
que arrastran sus envidias por el suelo,
me devoren, en vez de los gusanos,
¡los buitres y las águilas del cielo!