I
Las piedras son olvido y tiestos triturados;
Fueron nostálgicos espíritus que flotaban como murciélagos,
Cuando se debatían en la penumbra para no aparecer tristes ni desolados.
El azar rompió los cuencos en que el agua del indio se la bebió el tiempo.
El cielo sirvió de epitalamio a la flor de palo,
Al color albo que bajó desde la luna con magisterio y danza negra de las iluminaciones tribales.
Las indias, para mirarla, se desnudaban los pechos y la flor descendió hasta su vientre para que los hombres,
Encima de sus muslos, marcaran los deseos con saliva y descendencia profana.
II
En el trozo de arcilla un ojo de pájaro guerrero daba vueltas a la rueda del jade y los recuerdos;
Llegó un olor a licor de maíz, una caída de tierra sobre los muertos quienes mudos reían tras la máscara de jícaro;
III
Y siguieron llegando sombras al hallazgo para reconocer el desatino y sus rostros,
O quizá postergar la redondez solar en el misterio.
Oí voces, hasta formar collares de secretos viejos que medían la memoria a las fosas.
IV
Frente a los volcanes Masaya y Santiago, vibraba una vitrina de tesoros artesanos;
Un júbilo de trípodes de San Juan de Oriente relumbraba con etiqueta de precios:
Y no era la muerte del oro para desheredar el reino aborigen…
Quien los compraba pagó con tarjeta de crédito…
Así recreaba el mundo globalizado con calculadora y una decorativa conciencia en los ojos.