Tus ojos achinados,
tus manos de otro mundo,
tu cintura estremecedora
y tu pelo azabache.
El amor de todos a la vez,
la asombrosa niña al final del cielo
que paralizaba el corazón colectivo
de una jauría impúber.
Tú que al irte
dejaste en la calle la silueta de tu sombra
y un olor a sándalo en las escaleras.
Pero, ¿cuál era tu nombre?
¿Cómo te llamábamos
cuando saludabas desde el tercer piso
de tu diminuta ventana?
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