Entre el restaurante Napoli y la farmacia
contábamos veinticuatro pasos lentos
o cinco segundos rápidos
para cruzar a la otra acera.
Aquí estaba nuestro hogar,
el epicentro,
el territorio y el aire,
los afectos y los rostros,
frente a la hilera de árboles de mangos,
dos cariátides aladas de bronce
con sus rostros de mujeres imperturbables
y la Pensión Crespo, húmeda y ruidosa.
Aquí hicimos nuestra infancia,
sin saberlo entonces,
en una bifurcación inevitable del destino.
Pero era el centro de la tierra, no lo dudes.
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