Quién pudiera desandar el polvo
insolente y niño
pertinaz
y anudar los zapatos en la encina,
tras las cañas
o el podrido tronco de mi ceiba.
Quién pudiera recoger
los colores de mi falda
y encontrar el sonido de los juegos
en la última azotea de la casa.
Por los viejos rieles del ingenio
zumba el viento
y estremece el recuerdo de mi infancia.
Quién pudiera desandar
el descalzo silencio de los árboles
o la complicidad del río.
Quién pudiera deshilar el tiempo
como los tejidos
de mis calcetines
o las agujetas en mis dedos.
El tren azucarero,
la escuelita,
la falta de cordura en el recinto,
los grafitos
¡qué lejanos entonces los caminos!
¡Ay!, mis pies
sobre el algodón de la ceiba milenaria,
el batey
donde el baile de las vainas
y de la caña brava
convertíase en ciudades y palacios
colosales;
trasatlánticos viajando
por Venecia, por Egipto, por España,
¡mágicos entornos de mis sueños!
¡Quién pudiera borrarle la tormenta
a los proyectos
aún en busca
de los años del intento!
Cabalgamos en corceles
ya sin tiempo,
desviados
los viejos rieles del ingenio.