Llegas, así, sin avisarme,
Arrolladora como una estampida,
Amazona de luz sobre el retumbo,
Disparo de claridad cegadora
Rodeada de de aureolas refulgentes
Como sobreviene la muerte en el campo de batalla.
Brusco surtidor de agua
Que a borbotones inunda la ciudad y sus entrañas,
Meteorito que desde el fondo de los abismos celestiales se acercara
Flor silenciosa en medio del páramo
Requemado del estío
Arrebol que nimba la azulada negrura de la noche
Grito de vidrio que se quiebra
Respuesta inesperada a dos interrogantes viejos
Campanadas de reloj, cuando el sueño te lleva
Y te abandonas sin más a la aventura de perderte
En las profundidades del olvido
En el que habitan gárgolas y alondras desde niño.
Otras veces te anuncias mansa, silente y despaciosa
Cadenciosa como la aurora,
Tan de soslayo,
Que no me da tiempo a reaccionar
De cautivado.
Puede que hubiese podido apartarme,
Mas no fueron bastantes mis reflejos
Y me diste de lleno en plena vida
Quedándote alojada entre los sueños y las vísceras
Dando paso a la vigilia febril que me impulsaba
A recorrer el día, sobrevolar la noche
Y buscarte al mismo tiempo que te huía
Sin percatarme de que cuanto más te huía,
Más cerca me encontraba,
Y cuanto más buscaba, más tardaba yo en hallarte.