El arroyo
Arroyuelo manso,
Raudal cristalino,
¡oh cuánto me agrada
Tu inquieto bullicio!
Tú riegas las flores
Del borde florido,
Que en cambio te ofrecen
Perfume el más rico;
El prado paseas
Con sutiles giros,
Derramando en torno
Tu influjo benigno…
Mas yo de tus dichas
Sólo triste envidio
El ver sin cadenas
Tu libre albedrío,
Y el que entre mil juegos,
El dulce bien mío,
Imprime en tus aguas
Sus labios divinos.