La mutilada esfinge enseñorea
su faz diforme y giganteo busto
sobre el desierto. Su reposo augusto
su inmóvil magestad, fácil idea
de la infinita duración que el hombre
llamara eternidad, la mente oprimen,
cual sueño aterrador. ¿Dónde está el nombre
del que alzó los fragmentos colosales
que al monstruo apoyan? Fatigados gimen
los resortes vitales
del pensamiento. Un siglo, y otro, y miles
pasan como vislumbres vacilantes
de engañoso cristal. ¿Qué fueron antes,
y qué serán después esos perfiles
que la arena refleja cada día,
y cada noche la tiniebla oculta?
¿Y por qué, en este abismo sepulta
la mente con dañosa simpatía
por sí misma se lanza
sin que haya una barrera a su esperanza?
No sé que irresistible y duro imperio
la región del misterio
sobre el mortal ejerce ni le basta
la superficie vasta
que ante sus ojos tiene. La llanura
cubierta de violas, ni el arroyo,
que apacigua su sed; la peña dura
que le sirve de apoyo;
los veneros fecundos que en su entraña
le abre la tierra. Su inquietud extraña
lo impulsa más allá; más allá extiende
su afanoso anhelar. Los aires hiende,
vaga en la esfera, busca en sus regiones,
lo que le falta, sin saber qué sea.
Forma de vaporosas ilusiones
vasto conjunto, y su mirar recrea
por un instante en la confusa masa,
y la armazón fantástica destruye;
y otra armazón construye,
y así la vida pasa,
cual rápido turbión, que de la loma,
rugiendo se desploma,
los llanos cruza, y no conservan ellos,
de tránsito fugaz leve vestigio.
Y clamará el filósofo: prodigio
de la humana razón, que almos destellos
guarda en su ser del Ser eterno y grande.
¡Y qué! ¡su imagen trasladó a mi mente,
para que se desmande,
ciega en torcido giro, y levemente
de un error a otro error salte afanada!
¡Y éste es el decantado privilegio
que ha dado al hombre! ¡y con orgullo regio
se alza el mezquino, y fija la mirada,
cual jefe augusto en la región extensa,
gritando audace: la creación es mía!
Verdad: es tuya la creación inmensa.
Tu incansable energía
la amolda a su placer, y cambia el sello
de sus tipos vitales. Ora humilla
dócil la roca el empinado cuello,
para que flote la afanada quilla,
sobre el lugar donde fijó natura
la base peñascosa, y ora arrancas
de la honda mina la centella pura,
cuya ráfaga cándida hermosea
la opulenta metrópoli. Tú vuelas
por las espumas blancas
de la irritada mar, sin que te ayuden
las indóciles velas,
sin que los remos afinados suden.
Del invisible gas en vaso estrecho
los leves elementos aprisionas.
liga a tu voz el Rin su vasto lecho
con el remoto Caspio, y eslabonas
con las excelsas olas del Atlante,
las olas del Danubio. ¡Qué arrogante
sube tu genio a la órbita infinita
de Urano y sus satélites! Y en ella,
de la atracción medita
la regla inalterable
y el conjunto inefable
que liga cada estrella,
en plan sublime, exacto, armonioso.
La furia arrostras con tenaz empeño.
clavas el frágil leño,
riendo acaso, en sus llanuras frías,
y sus soplos helados desafías.
Prosigue triunfador, si esto no sacia
tu sed de mando. El orbe entero espacia
para ti su opulencia,
y te jura obediencia.
Mas la vida exterior ¿es, hombre, el centro
de tu ser? no, tu ser vive allá dentro
y allí no alcanza tu dominio. Ensayas
tus fuerzas en el hondo laberinto
de afectos y pasiones, y desmayas
con lánguido abandono.
Otro poder más alto, en su recinto
fijó el oculto trono
que en vano aspiras a romper sañudo.
Rebelde a tu mandato,
la orgullosa razón suelta el escudo,
y huye despavorida al aparato
de engañoso peligro, o bien se ofusca.
Se eclipsa y muere, si en la copa brilla
la espuma seductora;
la audaz razón, que en las esferas busca
la ley de la encumbrada maravilla,
que en torrentes de luz sus cimas dora.
¿Por qué no indaga el código secreto
del pensar, del sentir? ¿Por qué sujeto
vive y atado al caprichoso yugo
de la externa impresión? Si al cielo plugo
cubrir de opaca niebla la alba lumbre,
cíñese de angustiada pesadumbre
la móvil fantasía, y si del aura
preludian en el valle los gorjeos,
vigor desconocido la restaura,
y a lúbricos deseos,
con impulso frenético se arroja.
Entusiasmo, placer, miedo, congoja,
resortes poderosos que aniquilan
la existencia mental; esos terrores
que en el alma se asilan,
y la empañan con tétricos horrores,
y el amor que la turba, y la esperanza,
que con blandas quimeras la seduce,
y la ambición que al crimen la conduce,
y el error de la propia confianza,
¿no son más imperiosos, más potentes,
que la meditación y el raciocinio?
Sus manos inclementes,
¿en destrucción no envuelven y exterminio
al rey de la creación? ¿Y es más entonces
ese monarca que la bestia ruda?
¡Con qué entusiasmo ¡oh Sócrates! saluda
tu gloria excelsa en mármoles y bronces
atónita la plebe! Gloria al sabio,
clama, loor al vencedor sublime
del fanatismo; y con inmundo labio
allí el sofista corruptor deprime
de un hombre justo la importuna fama.
Muera, grita, el perverso, el que atesora
la sangre de los pobres; y se inflama.
Rabiosa furia, y corre destructora
la masa imbécil, y en el santo asilo
penetra audaz, y con sangriento filo
la víctima infeliz risueña inmola.
En hondo abrigo concentrada y sola,
la inspiración se goza y saborea
sus frutos exquisitos,
hollando los groseros apetitos
que atosigan al hombre; y cual ondea
manso cristal en apacible calma,
así se mece el alma,
de una creación en otra, revistiendo
su conjunto, de aéreo colorido,
no la perturba el belicoso estruendo,
ni el feroz alarido
de la persecución. Pero, si suena
loado el nombre de un rival odioso,
ya en ímpetu furioso
la enemistad atroz, desencadena
mortífero torrente
de baldón y de injuria; y en la mente
que nadaba en placer y en bienandanza,
sólo reinan el odio y la venganza.
No se envanezca pues, en necio orgullo,
quien ora de lisonja al blando arrullo,
y ora de la pasión al torpe aliento,
cual indefenso niño, cede, y postra
la humillada cerviz. En vano arrostra
del huracán el soplo turbulento,
si no resiste a la pasión, y en vano
penetra del empíreo el hondo arcano,
y del volcán el tenebroso abismo,
si se ignora a sí mismo.