El infortunio

Cuando de la ventura
tanto al humano el soplo favorece,
que en su letal dulzura,
sin cuita se adormece,
y en ilusiones plácidas se mece;

entonces se levanta
el infortunio, cual ladrón que acecha,
con silenciosa planta,
y el letargo aprovecha,
y fuertes nudos enredor estrecha.

Y ya desembargada
de la dañosa pérfida mentira,
el ánima atristada,
los nuevos hierros mira,
y a destrozarlos con furor aspira.

Mas vario es su combate,
que no hay potencia humana tan forzuda,
que aquel yugo desate,
ni ha de haber quien acuda,
ni del tejido aleve lo sacuda.

Cual se desgaja y quiebra
la gigantesca roca de do pende,
y a la móvil culebra
en su fuga sorprende,
y en puntas asperísimas la prende;

y al agudo tormento,
la mísera se vuelve, se alza, gira,
y el pintado ornamento
con nuevo esfuerzo estira,
y cien veces se enrosca, y luego espira;

así la envanecida
mente del hombre, al infortunio cede
tras lucha empedernida,
que sus fuerzas excede,
y en que sólo rendirse humilde puede.

Y al espíritu manso,
que en celestial contemplación se emplea,
jamás turba el descanso
la bárbara pelea,
mas en los infortunios se recrea,

viendo que, terminado
su tránsito en el reino del delito,
subirá coronado,
al alcázar bendito,
donde fijó su gloria el Infinito.


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Poema El infortunio - José Joaquín de Mora