“this heart, I know, does glow
too strange, too restless, too untamed.”
Matthew Arnold
Yo inventé tu amor como se inventan tantas cosas.
Salía en la niebla y la llovizna solitaria
daba largos paseos por la costa
mientras se hablaba de mí en voz baja.
Nunca te amé.
Ni a tu fantasma – espectro del deseo-
que acechaba en la maleza
y velaba mi sombra reflejada
entre los patos del estanque.
Yo amé mi soledad. La amé con furia.
Amé la libertad de ir y venir por todas partes.
Me señalaban con el dedo, como se hace
con las mujeres que sucumben a la pasión de un hombre.
Tejí la historia de tu abandono.
Fue necesario que existieras en la lengua suelta
de los pueblerinos de Lyme, este baluarte inglés
frente al océano. Que las mujeres apartaran de mi paso
a sus hijos, sin sospechar que yo te fabriqué
como se falsifica un pasaporte
por salir para siempre de aquel sitio.
Fuiste mi estrategia para la fuga.
Mi triunfo sobre la mediocridad,
sobre la somnolencia de la provincia.
Mi mentira creció como la capa oscura
que protegía mi cuerpo en las heladas.
Yo les hurtaba el rostro
para que no me apresaran con los ojos
mirándome de frente.
Dejadlos pasar, pobres seres
sin imaginación para el pecado.
Dejadlos hablar, a esos hijos de la maledicencia.
Dejadlos que permanezcan en su rincón del puerto
carcomidos por la ojeriza,
seducidos por el placer que les proporciono mi engaño.
Quedaos allí, junto a todos los tenientes
venidos de Alsacia o de Lorena
que sonaron con hacerme su amante.
Mi burla ha sido el precio de mi libertad.
Me he salvado (por ti)
al huir de la tierra de mi nacimiento.