El amante desdeñado

Desierta observo la feliz ventana
Descanso de los brazos de mi esquiva;
Ni su mágica voz se oye lejana,
Ni suena su laúd, ni fugitiva
Su sombra vaga en el opuesto muro,
En cuyo lienzo con la noche obscuro
Vierte la luz que arroja
La estancia refulgente
Su claridad amarillenta y roja,
Mírola yo impaciente;
Y haciéndome traición la fantasía
Se me figura percibir abierta
De un mundo de placer y de alegría
La esplendorosa puerta;
Y espera el corazón a cada instante
Que del hermoso Edén que ve delante
Mensajero aparezca de ventura
Un ángel de bondad y de hermosura.

¡Ay del amante que suspira en vano,
¡Ay del que busca amor y halla desvío!
Naufraga y a un bajel tiende la mano,
Y se la hiere marinero impío;
Y en ciego desvarío,
Mientras vigor alcanza
Sigue la senda cándida espumosa
(Fiel símbolo de frágil esperanza)
Que en la rizada superficie undosa
Tras sí bullendo deja
La quilla envuelta en cobre
De la nave que rápida se aleja.
Lucha el mísero y vence la pujanza
Del piélago salobre,
Que brama de que el hombre le resista;
Lucha hasta que se esconden a su vista
Sobre el hirviente azul la espuma blanca,
Tras el hirviente azul la obscura punta
Del mástil elevado.
Exhala el nadador desesperado
Un ay entonces que el dolor le arranca,
Cierra los ojos y los brazos junta,
Y entrega al mar con despechado arrojo
Su cárdeno cadáver por despojo,
Que se sepulta como piedra inerte;
Porque la acción robándole a la muerte,
Con la esperanza, en su veloz huída,
De aquel hombre que fue salió la vida.

Heme al pie de la reja sabedora
Del congojoso afán del pecho mío,
Que una sierpe abrigó que le devora.
Heme aquí, donde pierdo
Los ayes que en liviano desacuerdo
Del triste corazón al aire envío.
Sedientos de gozar mis ojos vagan
Por la región fantástica risueña
Donde ilusiones pérfidas me halagan,
Donde feliz el ánima se sueña;
Y la espalda entre tanto
Vuelvo a la realidad, embebecido
En el goce ideal del bien fingido:
Porque es en este mar de acerbo llanto
Privilegio el mayor de los mortales
Poder entre el delirio y el olvido
Soñar placeres padeciendo males.

Y males son los que la noche anuncia
Lóbrega y temerosa;
Males la voz del huracán pronuncia
Tronando estrepitosa;
Y el rayo serpeando por la esfera,
Escribe en letras de color sangriento
La sentencia fatídica severa.
Fuego despiden que requema el viento
El macizo sillar y la ancha losa,
Cual si volcán sepulto
De Madrid bajo el sólido cimiento
Tenaz abriese con empuje oculto
Paso a la llama que su seno encierra,
Taladrando las capas de la tierra.
De la nube que vela el firmamento
Desprendiéndose rara, el suelo azota
Gruesa, pesada gota,
Cuyo golpe levanta
Del polvo humedecido
Repugnante vapor, hálito ardiente;
Con voz lúgubre canta
El agorero pájaro en su nido;
Del benéfico sueño abandonado,
Con el cuchillo de la fiebre herido,
Lanza infeliz doliente
Sobre potro de pluma
Penetrante gemido prolongado;
Vil pesadilla abruma
La mente de la púdica doncella,
Germen fatal desenvolviendo en ella;
Y de su labio, del coral envidia,
Voz que huye, con afán articulada,
Descubre las quimeras con que lidia,
Y amedrenta a su madre desvelada.
Gime cada morada,
Que bajo cada techo
Sufre en sueños fantástica tortura
Quien no se agita en doloroso lecho:
Y al gemir allegándose el zumbido
Del aire que murmura,
Y la voz del cuidoso centinela,
De las nocturnas aves el graznido,
Y al ronco trueno que la sangre hiela
El son de religiosa campanilla
Y el susurro de rezo misterioso,
Que se oyen y se dobla la rodilla,
Por sí temblando el corazón piadoso,
Naturaleza en confusión tan fuerte
Manda al hombre temer próximo daño;
Y yo en delirio extraño,
Provocando a la suerte
A que con brazo de rigor me oprima,
Quieto en la orilla estoy de la honda sima
Que socava a mis pies el desengaño.
* * *
Sobrado conozco, bellísima ingrata,
Que no hay en tu pecho amor para mí;
Si empero piadosa te hallara mi pena,
Tornárase gozo mi triste gemir.

No aspiro a que empañe tus claros luceros
De llanto amoroso rocío feliz,
Ni pido a tu labio que trémulo se abra,
Y lánguido diga dulcísimo sí.

De insecto pequeño, que es átomo vivo,
La estrecha pupila no alcanza a medir
La curva gigante que ciñe los orbes,
Y caben en ella mil mundos y mil.

Tú numen de amores, tú sol de hermosura
Si quiero a tu esfera la vista subir,
Hundido en el polvo del suelo me miro,
Y tú te me escondes detrás del cenit.

Mas si es tu belleza de estirpe divina,
¿Por qué sus blasones desmientes así?
Con rostro de cielo, con alma de fiera,
Mirarte es amarte, y amarte sufrir.

Al ídolo salta la sangre que arroja
De víctima herida la humilde cerviz;
Y al ídolo en vano su turbia mirada
La res inocente levanta al morir.

Así cada día con frente serena
Los ayes escuchas, que vuelan a ti,
De aquél que postrado te muestra la llaga
Que hicieron tus ojos con dardo sutil.

La queja del triste regala tu oído,
Porque es de tu triunfo bastardo clarín:
También el balido de inerme cordero
Deleita a la tigre que asalta un redil.

De lloro y suspiros al alma impusiste
Acerbo tributo que ya te rendí:
¿No habrá una sonrisa, no habrá una mirada
Que a tantos rigores dé plácido fin?

¡Ah, sí! yo confío; mi amor me asegura.
Perdóname ¡oh bella! si no conocí
Qué máscara adusta de fiero desvío
Sagaz ocultaba legítimo ardid.

Quisiste que en rudo crisol de desdenes,
Mi fe sus quilates hiciera lucir:
Vencida la prueba, la harás de tu seno
Joyel con que adornes su puro marfil.

Quizá de mi gloria ya toco el instante.-
Su voz se ha escuchado, sus pasos oí.
Balsámica el aura me avisa que llega,
Y el alma a los ojos se quiere salir.

¡Oh! ven a esa reja; ven ya, mi señora,
Y dulce tu labio de fino carmín,
Vertiendo en mi pecho raudales de gozo,
Le dé la esperanza de un plácido sí.
* * *
Cortó la voz al desdeñado amante
Otra voz de suavísimo sonido,
Lisonja sospechosa del oído,
Caricia de enemigo mofador.

Palabras de pasión brotando ardientes
Oyó el tímido siervo a su tirana,
Y creyó que al dintel de la ventana
Llegar no la dejaba su rubor.

“Tú eres mi único bien,” ella decía;
“Tuyo es mi pecho que leal te adora;
Cesa de darme nombre de señora,
Que ya de tu querer esclava soy.”
“Premio debido a la constancia firme,
Sabré en halagos desquitar desdenes;
Contigo ya mi pensamiento tienes,
Y en esta mano el corazón te doy.”

Y viéronse dos sombras en el muro,
Frente de la ventana luminosa;
Y asido de la mano de su hermosa,
Un doncel a la reja se asomó.
Un amargo gemido a los amantes
Pudo turbar en tan feliz momento;
Mas le apagó con su zumbido el viento,
Y la noche ocultaba al que gimió.


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Poema El amante desdeñado - Juan Eugenio Hartzenbusch