Si Tú todo lo sabes y eres todo bondad, ¿por qué
No respondiste a Sebastián Acevedo?
Sólo quería saber en qué cárceles secretas
Estaban descoyuntando o desollando a sus dos hijos.
¿Por qué dejaste que jugaran al ping-pong con ese padre,
Haciéndolo rebotar y rebotar de oficina en oficina?
¿Por qué no apagaste con la ayuda del Espíritu Santo
Aquel fósforo que él acercó a su ropa empapada en parafina?
Es demasiado tarde, Señor de las alturas: ya estás desahuciado
Por la sombra al pulmón que contrajiste
Cuando ese padre ardió en siete lenguas de fuego
Para elevar hacia Ti su última plegaria.
¿Lo escuchas todavía crepitar? Acéptalo:
Es un cirio en tu misa, una súplica en señales de humo
Para que asomes entre nubes Tu rostro tiznado.
Señor de las alturas: la nebulosa de tu radiografía
Nos encapota el cielo de este país enhollinado
Y nuestras pupilas se cauterizan para siempre
Ante el carbón agonizante de Sebastián Acevedo.
Que los soles de Tu ira incendien las pestañas del tirano
E interrumpan su siesta, esa siesta suya que es nuestra pesadilla.