Les hommes sont tous condamnés a mort avec des surcis indéfinis, habría
Escrito él con la inconsistencia del día, solamente él, aunque ninguno lo
Acompañara en la visión suprema donde los instantes se superponen
Inextricablemente (luego de eludirse con furia) hasta delatar los rasgos
Laterales de la palabra:
Una palabra es un rostro,
Un rostro ciego.
(Todos los forasteros llegarían portando un ala,
Semejante extensión en medio del milagro
Ya nos era posible.)
Ni limitada, ni idéntica a sí misma, ni uncida
A la luz rota de las tumbas,
Ella llega.
Naciste con la pregunta que torna en oro
El estiércol, la tierra y su cadáver.
Sin embargo, avanza la carnicería
Quise entrar en aquellos jardines. Nadie con el cuerpo abandonado y
Próspero de ausencia vedaba la entrada. ¿Qué entrada? ¿Entrada para salir,
Entrar, o siquiera hundirse entre sus olas? Porque mi jardín tiene las
Olas de la más alta marea. – Prepárense – repetía – en el subsuelo
Encontrarán los desechos
Este niño juega con desechos
Para explicar su cueva:
Blancas sandalias de inservible estupor,
Vocación de reconocerse en serafines
Barro por detrás,
Por delante el barro de una estirpe
Grabada en pozos y daguerrotipos.
¿Hubo un salvaje en el fin de esta historia, otra historia para relatar a
Las nubes? Fuga hacia el vacío, grados de erotismo inauditos en su
Sintaxis, el viento conturbado ladra. ¿Qué otra cosa es la palabra cuando
Desaparece en el viento y entonces ladra, ladra? ¿Con cuál masilla te
Descascaras los dedos, la boca atada, el sueño de todo hombre: su
Felicidad? Antes pensabas en el cuerpo como en el gran continente
Expulsándote, al fin, de los infiernos prometidos. Pero las nubes
Prometen; sólo prometen la verdad de las nubes. Arrecia la tempestad.
En tu cerebro añaden una casa.
Desfilan los predicadores
Entre sus pasadizos que son cárceles.
Una casa, el escenario donde narrarme
Muerte más vida más muerte
Más muerte menos vida a esta muerte,
Asombrada vida,
Terca vida testigo del diluvio.
Si creyese en cada nacimiento, me moriría. Acabas de entrar y aúllas,
Desplumado colibrí del abismo, de la mañana. Ya fue sabido de antemano: el
Hombre veía la mañana. Vio la mañana como una esfinge. Desenfrenadamente
La vio.
Infiernos privados para el monstruo
Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos…
Marcos, 9:3
Prisiones se cierran a tu paso.
De mimbre rojo son los dedos del malabarista.
Vastas progenies me cercan.
¿No se reflejan suntuosas las entretelas del crimen?
Himnos de Adán negro suben desde los ojos.
La cabeza es de hierro, moribundo amarillo
Hasta la cercanía.
Un diminuto sol cae sobre el desierto blanco.
Así, el niño inscribe fisura y permanencia.
¿Cuál será el lujo de abandono en este Paraíso?
Turmalina y topacio y luego este oleaje.
Has abierto las puertas de lino.
Muelles donde dibujas la sed.