Destrucción de la mañana (del 31 al 42)

31

Me paro ante una iglesia altiva, estática,
emboscada en la noche, como un monstruo
enorme dormitando a la intemperie.

Un día ella fue centro jubiloso
de una palabra mágica, increíble.

Una palabra sola, inmensa, grande.
Cabía el mundo entero en ella: Dios.
Era ella el mundo entero. Más aún.
Era, ella, sola, el mundo. Tan sólo ella.

Pero nuevas palabras la acosaron
golpeando su distante placidez.

Y roto el cascarón vertió su nada
viscosa: no conciencia tras la muerte.
No hay por qué lamentarse. En mí ya es hábito
perder. Tanto en lo abstracto como físico.

Me aparto resentido. Entre unas ramas
con precaución se asoma una farola.

32

Si pudiera volver a mi pasado…
A aquella adolescencia ingenua y tímida.
A la incógnita que representaba
para mis familiares, para mí,
mi porvenir repleto de promesas.

Yo sería importante y poderoso.
No sabía por qué, cómo ni cuándo.
Pero ello no importaba. Lo sería.
Estaba destinado a grandes cosas.

Los diarios dedicáranme amplias páginas.
Tendría que firmar miles de autógrafos.
Y fuera mi intelecto celebrado.

Me admirarían todos. Aun aquellos
que me mostraran sólo indiferencia.
Un día no sé cómo, por qué, cuando,
yo sería importante y poderoso.

Todo ha salido mal. Quizá no he hecho
bien las cosas. No di con la manera
apropiada, tal vez, para que salgan
bien las cosas. O porque emprendí cosas
que nunca me podrían salir bien.

33

Y estoy envejeciendo. Mas rechazo
esta figura mía en el camino
del penúltimo tramo de la vida.
Antes tengo que usar la juventud.

Estos años atrás, que dicen jóvenes,
tuve que dedicarlos a buscar
amor, gloria, dinero… No podía
detenerme a vivir. Era lo urgente
atrapar el amor, gloria y dinero.

Debía sorprenderlos en atajos
que irían señalándome mis obras.
¡Estaba tan seguro! Ganaría
un lugar prominente en el Olimpo.
Y trabajé y sufrí. No tengo nada.

Necesito más tiempo de ser joven
pues trabajé y sufrí para poseer
amor, gloria y dinero siendo joven.
Y nada he conseguido. Ni ser joven.

34

Debía haber vivido diariamente.
Vivir no más allá de cada día.
Plenamente vivir todos los días
pensando en cada día que se vive.

No en el vivir de ayer, mañana… El día
solo de la existencia cotidiana.
El día que se vive diariamente.
Ese día que nunca yo he vivido.

35

Si oteo mi pasado sólo avisto
recuerdos agradables de Películas
y libros. La ficción y personajes
asumidos por mí como algo propio.

Y sueños inventados que sembraba
para segar amor, gloria y dinero.

Cual si mi vida real hubiera sido
la vida no vivida por mi cuenta.
Cuando he debido hacerlo por mí mismo
todo ha salido mal. Y aún mal me sale.

36

¿Acaso soy mejor yo que los otros?
¿Son mi cuerpo y espíritu especiales?
¿Acaso soy yo un héroe excepcional
de esos de las Películas y libros?

He de asentar los pies sobre la tierra.
Verme como el sinónimo ruinoso
de uno más del tropel de los humanos.
Alguien muy parecido a aquellos otros
que yo he menospreciado muchas veces.

¿Por qué, pues, no sumarme en el gran número?
¿Y por qué no me acepto en mi destino
si es vano rebelarse? No se puede.
No es posible escapar de lo que es uno.

37

Es triste, y tal vez grato, demostrarse
ínfimo, incomprendido, desdichado.
Deambular por la vida como gota
minúscula aferrada a una gran nube.

El ser ha regresado a sus fronteras
primeras, las recónditas, su esencia.
Casi aturdido germen reducido
a sí mismo, en sí mismo únicamente.

Solo consigo mismo. Aun excluyéndome
a mí que formo parte de ese yo último.
De ese yo incomprendido, desdichado,
capaz de renunciar hasta sí mismo.

38

¿Qué experimentaron los que han triunfado?
Los que el éxito ha aupado a los altares
de la televisión en horas punta.
Su existencia será maravillosa.

Se instalan en lujosas suites de hoteles
con los precios de vértigo, asediados
por mujeres bellísimas, fruyendo
bebidas y manjares exquisitos.
Admirados, mimados, envidiados
por una multitud que les aplaude.

Y es risible que enuncien que los célebres
de hoy son los olvidados de mañana.
Yo paso por la vida de olvidado
sin haber sido célebre un instante.

39

Nada ha salido igual a lo pensado.
Pero entonces ¿por qué se nos impuso
guardar en la razón la miel del sueño
si nos impiden luego degustarla?

Hubiera sido mucho más piadoso
el habernos dejado en la frontera
del no pensar, sentir, no soñar nada.
Quedar en el no ser, nunca haber sido.

Cuánto dolor se ha ahorrado y cuánto odio
ése, el que no ha nacido, aunque lo ignore.
Lo sabemos nosotros que vivimos,
que intuimos la nada. Y lo envidiamos.

40

Subo las escaleras de mi casa
despacio, descontento, taciturno.
Tan sólo un pensamiento me conforta:

Las casas están llenas de frustrados.
De seres, como yo, sin aptitudes
para ser singulares en enjambres
pese a aspirar brillara su luz propia.

Y poco a poco fueron acogiéndose
a un amor, profesión, final destino
que no era el que anhelaran. Y están solos.

41

Entro en mi habitación. Entramos ambos
mutuamente, eludiéndonos, sombríos.
Está cansado. Noto su cansancio.
Antes no me cansaba con mi cuerpo.

Le miro en el espejo. Está en silencio.
Abatido. Presume su derrota.
Pesaroso. Le escupo varias veces.
Tal vez me compadece y le doy lástima.

Acaso me comprende y me disculpa.
Quizás él también sufre al conocerse
indeseado en mí y juzga que es inútil
pretender que tolere su presencia.

Le aborrezco, es verdad. Y mi desprecio
se extiende por su rostro palidísimo
como áspera maleza por el monte.
Y golpeo el cristal que me lo muestra.

Hasta que le hago huir de mi mirada
sangrándole las manos. ¿O son mías,
por el dolor que corre entre los dedos
y vocifera alertas a mi mente?

Pero está ahí, en el suelo. En mil lugares
se distingue su faz atribulada
que me observa. Y transforma su expresión
en la actitud absorta que era mía.

42

Dejo correr la sangre de las manos.
Acostado en la cama la examino.
Las sábanas la sorben dulcemente
con la quieta avidez de su blancura.

Brota incesantemente. A borbotones.
Tibia y curiosa asoma a mis muñecas
y escapa presurosa de mis manos.

Son manos de vencido. Ellas debían
coger la gloria, amor, coger dinero.
Un día las creí capaces de ello.

Pero nada aprehendieron. No eran hábiles.
O el empeño excedió su exigua fuerza.
Pobres manos humildes y vacías.

Tiemblan un poco. Tiemblan asustadas.
Asustadas y débiles parecen
pedir excusas porque son mediocres.

Les sonrío a mis manos. Las levanto
y las uno. Las siento desvalidas.
Y atisbo como repta sigiloso
ese zumo tan rojo de la vida.


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Poema Destrucción de la mañana (del 31 al 42) - José María Fonollosa