Destrucción de la mañana (del 16 al 22)

16

Es falso el entusiasmo de las voces
y todos lo sabemos. Mas se charla
para evitar preguntas que en las sombras
aguardan con temor que se las llame.

Y se beben cervezas cual si fuera
a batirse algún record para el Guiness

Nadie pregunta nada. Se discurre
y alborota de cosas que no importan
para aclarar aquellas importantes
que duele mencionarlas por frustradas.

17

Según luce en la historia, algunos hombres
a mi edad, nuestra edad, ya disponían
del poder, de la gloria, del dinero…
Les llegó por la herencia o por la suerte.

Mas miramos a aquellos, unos pocos,
que escalaron las cimas más lejanas
a base de un esfuerzo sobrehumano.

El que nos propusimos emprender
y ninguno ha cumplido. Nuestros sueños
quedaban a jirones entre riscos
que nos era imposible superar.

O abandonaron demasiado pronto,
cuando se presentaba, rudamente
insalvable, cualquier dificultad.

18

Ya no me inquieren: -“¿Cómo van tus libros?
A ver si los envías a algún premio
de esos tan millonarios que hay a espuertas
y te haces rico y célebre un día”.

Yo siempre contestaba con despego:
-“No confío en los premios. Lo que escribo
es muy original, muy diferente
a lo que están haciendo los demás”.

Tal vez ahora ya saben que mandaba
en verdad mis trabajos a concursos,
sin que mi nombre nunca apareciese
ni siquiera en la previa selección.

19

Y pateé con tesón la senda ingrata,
sembrada de esperanzas y amarguras,
de las editoriales. Fortalezas
altivas. Dura piedra. Inexpugnables.

Nunca el Departamento Literario
requirió mi presencia a su oficina.
Y siempre el manuscrito repelido
regresaba apenado hacia mi casa.

Me faltaba el marchamo seductor
de un nombre consagrado. Me daba ánimos:
-“Les conturba mi modo de expresarme”.
Me exculpaba: -“Me avanzo a los de mi época”.

De súbito comprendo que el constante
gotear del trato unánime avisaba
que mis textos quedaban por debajo
del listón que marcaba cotas mínimas.

Me sobrevaloré demencialmente.
Confundí vocación por mi deseo.
Pugnaba para ser un elegido
y ni estaba en el grupo de llamados.

20

¿Cómo he tardado tanto en darme cuenta?
Los datos anunciaban claramente,
hasta con fluorescentes de colores,
que había un error grave en mis esquemas.

Me obcequé en proseguir, empecinado
y tenaz, por la senda equivocada
-los datos recalcábanlo insistentes-
para llegar así a ninguna parte.

21

Bebemos sin cesar. Copiosamente.
Semejantes, rodeados por las sombras,
sombras también nosotros ¿o lo somos?
de aquellos que a ser íbamos los que éramos.

Estamos a años luz de quienes fuimos.
De aquel grupo de jóvenes, cada uno
apretando en las manos sus proyectos.
¿Tan sólo frustración es el ser joven?

Y les digo: -“Parece ayer clamábamos:
“Haced sitio. Queremos ser iguales
sin distinción de edad. Triunfe el que valga.

Abrid paso, mediocres, a los genios”.
Estáis aquí a mi lado. Estamos juntos
asidos a la soga del fracaso.

¿Por qué gritabais, pues, por qué gritabais?
¿Por qué gritaba yo? ¿por qué gritábamos?
¿Y por qué gritan ahora los más jóvenes
si jamás nos es dable alcanzar nada?”

Pero nadie contesta. Ni yo mismo
percibo el movimiento de mis labios.
Estoy hablando solo, interiormente
Deprimido, me voy sin despedirme.

22

El aire es fresco, frío, por la calle.
Me estremece un molesto escalofrío.
Si pudiera arrumbar en un portal
mi figura, tirada como inútil…

Regalarla a un anciano y yo adquirir
un cuerpo más acorde con mi mente.

Si vislumbrara el medio de evadirme…
Librarme de esta forma y ocultarme.
Soltarla y que vegete por las plazas
igual que esas que vagan como autómatas.

Mas de mí no se aparta. Tercamente,
ceñuda, va conmigo. No me deja.

Escucho sus pisadas que son mías
resonar duramente sobre el suelo,
donde la altiva nube de hace poco
se arrastra, ya vencida, humildemente.


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Poema Destrucción de la mañana (del 16 al 22) - José María Fonollosa