Desde la cúpula de la catedral antigua. El nosferatu contempla neutro
el frenesí de la urbe.
Alumbrada por irreales luces como inefables colmenas de neón, espera
lacónico a su próxima victima.
Él es lo epicúreo puro en aquel instante, la poesía oscura, el verbo
profano. El ángel negro que perforara sensualmente los cuellos
vírgenes de las doncellas.
La poesía en sí eres nosferatu y la metáfora primera.