(A Miguel Angel Echeverría)
Hoy quiero abrir mi corazón,
para decirte que te quiero.
Para decirte, en la intimidad de tu cuarto
y de tu almohada,
que los momentos mejores de mi vida
me los dio la familia que forjaste.
¿Qué luz te iluminó
para escoger a la madre de tus hijos?
¿Qué arcano descifraste
para darme los hermanos que me diste?
De mi niñez, padre querido,
guardo tu rostro
consentidor de mentirillas;
tu compañía en el festejo matinal
de las chiltotas,
donde las amapolas del amor
estrecharon nuestros nombres.
Esa niñez sigue atada a mi memoria
con la frescura del arroyo
que viaja entre la fronda.
Más tarde, cuando el sol de la vida
templó mi entendimiento,
conocí tu cargamento de fatigas
y el firme resplandor de tu esperanza.
Desde entonces
me abracé con amor a la familia.
Desde entonces edificamos altos sueños
y combatimos malos tiempos…
Y vaya, ¡qué unidad nos dio el dolor
y la alegría!
Ya pasó el mediodía en nuestras vidas
y en este descender hacia la muerte,
yo bendigo tu acierto, padre mío,
al darme la familia que me diste.