Claro i tranquilo el mar me conduzía
a que sulcara su profundo seno,
i apena entré, cuando el color sereno
huyó, de Bóreas con la saña fría.
Crespos montes de Humor al cielo vía
subir, i el mar, d’oscura sombra lleno,
cambiar varios semblantes, i el terreno
assiento entre las olas parecía.
Entonce, ¡ai!, ô mesquino!, un mortal yelo
me cubría, i el güeco leño roto
luchava con las aguas fatigado.
En tanto afán, con voz ya incierta, al cielo
moví a piedad; libróme, i hize voto
de fiar nunca en ponto sossegado.
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