Vi también lo que parecía ser un mar de cristal
Mezclado con el fuego.
Apocalipsis, 15:2
La invocación es perfecta.
Un árbol salvaje en la estación de las lluvias anuncia con amarillo de cadmio
Y sangre quemada lo que fue de tus padres
En el viejo desierto.
Ya no hay nostalgias
En esta pluma leve, escapular
Hacia la forma exacta
Del nombrar sumergido
Tatuaje yacente en la apariencia.
Socavas magnificencia
En los pequeños latidos de un ataúd
Huérfano de milagros;
Incubas una hija arrancada
A rayo de una pesadilla.
La infancia juega a los dados:
Y es tu muerte la que gime,
Y es tu muerte la que mira
Con alucinación final
El salto giratorio en trapos de lamé.
¿Habrá un abecedario
Con que contar hacia atrás
La feral travesía de esta niña
Llevando a su hija
Como a una muñeca rota de otro mundo?
Esta sombra de sombras
Vuelca en el caleidoscopio
Un memorial de engaños.
Ni mi hija es mi hija:
Ni yo seré esta hijastra.
Comía de los buitres blancos
Con la unción de los pobres
En los largos vestíbulos.
¿Pero cuándo veré el invierno
Inventándome huella de sal?
Te apartan de ese nido.
En los cimientos de una telaraña
Gritan las crías.
¿Y que naceré
Con huesos de catedral en mi boca?
Un aleteo se rasga.
Los dioses ya caminan en el mundo.
-Que me quiten las coronas,
Que te roben el bálsamo-.
La fábula es perfecta.