Aunque pisaras, Fili, la sedienta
arena qu’en la Libia Apolo enciende,
sintieras, ¡ai!, que el Aquilón me ofende,
i del yelo i rigor la pluvia lenta.
Oye con qué rüido la violenta
furia del viento en el jardín s’estiende,
i que apena aun la puerta se defiende
del soplo que en mi daño se acrecienta.
Pon la soberbia, ô Fili, i blandos ojos
muestra, pues ves en lágrimas bañado
el umbral que adorné de blanda rosa;
que no siempre tu ceño i tus enojos
podré sufrir, ni el mustio ivierno helado,
ni de Bóreas la saña impetuosa.
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