¡Ai, amarilla selva, que desnuda
yazes, i en cano i yerto Humor cubierta,
cómo tu hórrida faz en mí despierta
nuevo mal a mi incendio i llama cruda!
Siéntome, ¡ai, triste!, arder cuando se muda
tu frente, i se descubre blanca i yerta;
i cuando l’alma tierra más desierta
se ve de luz, mi llama es más aguda.
Pero ¿qué mucho, ô selva, si la ardiente
hacha con que te alienta el claro día
declina tanto al Austro pluvïoso,
i yo estoi tan cercano al refulgente
rayo que de sus hizes siempre envía
mi dulce ardor, Aglaida, i glorïoso?