A las lenguas de los mares
De sus ojos, un garzón
Así desató sus penas,
Y así las escuché yo.
“Peñascos”, dijo, “de España,
Que resistiendo al mar hoy,
En vuestras eternas quejas
Sois hijos de mi pasión:
Ved la causa della y dellas”.
Dijo, y del pecho sacó,
Según crecieron los llantos,
Nuevas penas, más dolor.
Acerquéme, y juzgué luego
Que era idólatra el pastor,
Pues adoraba a un retrato,
Que era al parecer del Sol.
Lleguéme más por miralle,
Mas, de un divino calor
Mi libertad temerosa,
Le adoró, no le miró.
Juzgué su frente nevada,
Que sin duda retrató
Naturaleza en su blanco
Hielos de su condición.
Sólo parte de mi vista
Más atrevida, juzgó
Negros los crespos cabellos,
Librea de su dolor.
Eran pobladas las cejas;
Y así el zagal las llamó
Pobladas como sus penas,
Iguales cual su pasión.
Sus ojos no hay retratallos;
Pero sus efectos son
Morir siempre en su hermosura,
Vivir siempre en su rigor.
Y esto juzgué desde lejos,
Y que lloraba el pastor
Unos efectos de ausencia,
Cuando así se oyó una voz:
“Zagal, de tu niña
No es descuido, no,
Que se habrá dormido,
Que es niño el Amor.
Aunque es niño y tierno,
Es gran rey, y yo
Sé que sus palabras
Cumple con rigor.
Sufre en este invierno
De ausencia, amador.
Vencerás, no temas,
Pues te ayuda un dios.
De él, ni tu zagala,
No es descuido, no,
Que se habrá dormido,
Que es niño el Amor.
Zagal, de tu niña
No es descuido, no,
Que se habrá dormido,
Que es niño el Amor.