¿Quién amarró mi cuerpo a este madero
que en la playa se pudre lentamente
tras los inviernos solitarios?
¿De quién soy prisionero
y quién vigila la eternidad de esta condena?
Ciego de tiempo están mis ojos,
anclado ya en el mar mi pensamiento
y todo lo que queda entre las cuerdas
es nombre y voz vacía,
hueco del ser y la costumbre
de alcanzar en la espera
la clemencia de la disolución.
¿Quién borrará los signos
de haber sido palabra
y el monótono ritmo de esta herida?