Apartad de mi a los niños de risas heridoras,
apartad los bosques trémulos de voces musicales,
los ríos que se quiebran en el cristal del día,
las montañas azules recostadas en la distancia,
las estrellas de aguas de plata,
las rosas, las dalias, los pájaros,
los claros indemnes ojos de la vida.
Yo no quiero sino mi luto,
el negro viento que me esculpe,
las frías manos de mi tristeza,
los desnudos huesos de mi silencio,
las lagunas ensimismadas de mi llanto,
la estepa lunar de mi pensamiento,
el rumor obstinado de la lluvia que cae en cavernas malditas,
el gotear pavorido de la noche en los pozos del mundo.
Quiero el árbol derribado que se pudre en la selva,
agobiado de líquenes, ceñido de parásitas,
comido el corazón por voraces caravanas de hormigas;
quiero el río turbio de pérfidas aguas empantanadas
que espantan las fauces sedientas de las bestias;
quiero las piedras mudas en acongojada soledad reclinadas;
los parajes insolventes signados por viejas cruces
de enfáticos crímenes que nadie recuerda
y a todos estremecen como si a cometerse de nuevo fueran;
las minas abandonadas donde imploran, de tiempo en tiempo
soterradas almas de mineros, negra cara
y negras manos, al espanto aherrojados;
quiero la noche polar y el sueño de montaña sin estrellas,
para mi alma, ciega y sorda, de inverosímiles tormentas amasada.
Apartad de mí la belleza de las horas,
la gracia del mundo florecido,
los himnos horrendos de la alegría,
el ansia núbil de la mujer,
la fuerza razonada del hombre a vencedoras empresas habituado,
pórque mis ojos sólo contienen la ácida luz de las lágrimas,
y mis labios ignoran el beso y mancillan la oración;
porque mis brazos están mutilados de ternura
y no quiero que se desborde sobre la tierra inocente
la colmada amargura de mi corazón.