La espera es espiral, el remolino
de la paz que va a pique aun sin caballos.
La espera es una danza inmóvil y desnuda
como un desierto que echara de menos
sus oasis, su sed, sus espejismos.
Es un planeta exhausto
que gira alrededor de una promesa,
una torre que es faro, minarete,
campanario, atalaya que de pronto
se desmorona con delicadeza.
En la espera los gestos son semillas
de granada, su mosto y su corona,
y tienen vocación de almendra amarga.
La espera es una danza desolada
y minuciosa, patria de espejismos,
casi horizonte póstumo trazado
por la ausencia y sus onzas
(entendiendo por éstas
tanto el peso de especias orientales
como el lince de Persia que caza las gacelas).
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