AMÁRRATE el pañuelo como en los días pasados,
Para que nadie ignore nuestro origen
Y canta la corriente del río hasta que el sol
Se oculte.
Somos los campesinos de la aurora,
Los habitantes del poblado que da forma a la lluvia,
Los dueños del aliento de la leche
Y la frescura femenina de los cántaros.
Es tiempo de sembrar la voz que falta,
Es tiempo de enterrar el hambre para siempre,
Es tiempo de cocer el barro que nos hunde
En la memoria.
Ella podrá deciros los secretos del fuego
Y la blanda leyenda del adobe.
Ella viene conmigo como la azul puntualidad
De las mareas
Y romperá en espuma tan pronto como el beso.
Vengo del Norte,
De los brazos comidos de una generación enferma
Como la misma muerte,
De las canteras del olvido,
De la simétrica antigüedad de los helechos.
Pero llego al fin,
Con la esperanza tierna que apetece en los panes,
Con el sabor a tierra que define los cuerpos,
Con el escalofrío de la sangre.
Vuestras bocas reventadas
Nunca más añorarán la gratitud del agua
Ni el refrescante rumor de los cerezos.
Yo también sé cómo gritan las hembras
Cuando paren criaturas malditas.
Llorad ahora. Ahora. Nunca os abandonaré,
Nunca veréis a esos seres queridos
Comidos por las moscas,
Nunca estaréis tan solos como el suicidio.
Nunca. Mi palabra es promesa.
Vengo del Norte;
Parece que fue ayer cuando caía el sol
En la cal de mi ausencia.