Vendrá un carro por mi cuerpo
-¿en dónde estará mi alma?
y se pasará a la puerta
del jardín. Sobre mi caja
negra y con moscas, el sol
de la tarde sonrosada
dejará un rayo flotante,
lleno de música y lágrimas.
Mi casa quedará triste,
y en el jardín las acacias
que quise tanto, mis pobres
acacias finas y lánguidas,
esperarán que mi mano
se alce para acariciarlas,
y mi mano estará fría
bajo la tierra; y el agua
de la fuente, en el silencio
de la fronda abandonada,
llorará, llorará muerta
de tristeza y de nostalgia.
Y ya no volverá nunca
a dar al jardín mis lágrimas
cuando tiña la penumbra
la dulce luna dorada.
Vendrá a mi cuarto la tarde
por la entreabierta ventana
y acariciará mis libros
y mi mesa; y la fragancia
fresca y triste del crepúsculo
y la brisa y la sonata
del piano, todo, todo
preguntará por mi alma.
Y si a la adorada, triste,
vestida de negro y pálida,
dejan que venga a llorar
a la estancia solitaria,
una voz dulce y amiga,
quizá la voz de mi hermana,
le dirá: Ese es el sitio
en donde él se sentaba.