A mi querido amigo A. F. Cuenca.
¡Entrad!… en mi aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas…
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
“¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad ¡Una limosna!”
Y calla… y las niñas gimen…
y calla… y el viento sopla…
y llora… y nadie la escuchas,
¡que nadie escucha al que llora!
…………………………………….
¿Y la oís? – ¡Ay!, hijas mías
vasi por fin a quedar solas…
solas… y sin una madre
que os alivie y que os socorra…
solas… y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca…
Adiós… adiós… ya me muero…
ya no tengo hambre…
y la mísera expiraba ¡”Una limosna!”
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después… temblando de frío
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
…”¡Me muero de hambre!”
Y la otra…
…”¡Una limosna!”