El perfil del caminante se perdía
en un ritmo
quejumbroso.
El arritmo, más bien.
Y yo
ahí,
en un extremo del extremo
interrogada
así,
sin pies ni manos
los ojos
turbios.
Desde la otra orilla
algunas respuestas de mirada
esquiva
me mostraban el comienzo
y se volvían.