No siempre estamos desnudos, a veces
Nos cubre el trapo negro que nos arroja el mundo:
Un entierro sin ceremonia
De un corazón de ciervo, todavía palpitante,
Una súplica por la devolución
De los propios huesos,
La muerte ajena sin un relámpago en el cielo,
Sin un mísero resplandor de una luz de fósforo
Contra el vidrio de una ventana.
No siempre oímos el rumor del agua
Bajo los puentes, por las canaletas
Cuando cae la lluvia, a veces
Trepa desde el fondo hasta nosotros
Un grito ahogado que no acaba,
Apuñala toda música,
Nos hiela la sangre,
Las manos.
Algo calla y ya no llama desde la carne
Y la tierra. Ahora entre tu respiración y la mía
Hay otra respiración parecida a la muerte,
Más temible que la muerte (al fin
Y al cabo morir es seguir conversando con el Misterio,
Salvo que más lejos.) Sombra
Que nos abraza y nos dice al oído:
Ayer el humo cubrió el árbol junto a la ventana,
La orilla blanca de enfrente.
Ahora entre nosotros se apagan aquellas preguntas
(¿qué es este sueño de membranas opacas
El sendero de sangre de cabra, de cordero?
¿dónde el fermento y dónde el reposo?)
Y nos recostamos contra una pared
Con los ojos cerrados, del lado de la oscuro.