Dulce y fiel esperanza,
Mi Cristo, mi Señor y mi deseo:
¿qué bienaventuranza,
Qué gusto o qué recreo
Podrá haber para mí do no te veo?
Encerrado en mi pecho,
De ausencia y del amor, fuego tan fuerte,
Me ha puesto en tal estrecho,
Que un punto de no verte
Me es de mayor dolor que el de la muerte.
Porque sin ti, mi vida
Queda cual la del pez sin su elemento,
Hasta que socorrida
De tu presencia, siento
Vuelto en deleite y gloria mi tormento.
¡Baste, mi bien, te ruego!
No te tardes ya más en socorrerme,
Pues ves, Señor, que llego
A un extremo, que en verme
Se juzgará que baste a deshacerme.
Rompe esta tenebrosa
Nube que de mil modos me atormenta,
Con tu vista gloriosa,
Y apaga la sedienta
Congoja que me aflige y desalienta.
Que cuando reverbera
La rutilante luz de tu hermosura,
Mi invierno en primavera
Se trueca, y su secura
En dulce y amenísima frescura.