Señora doña Isabel,
tan crüel
es la vida que consiento,
que me mata mi tormento
cuando menos tengo dél.
Pero bivo
con la gloria que recivo,
tan ufano en los amores,
que procuro destar bivo
porque bivan mis dolores.
Bivo de mi pensamiento
tan contento,
que’s mi congoxa mayor
si no hallo el sufrimiento
conforme con el dolor.
Yo querella
no puedo de vos tenella;
sólo de mí’stoy quexoso
si mi pena en padecella
me conoce temeroso.
La pena queda vencida,
ya perdida,
pues vuestra merced, señora,
á sido la vencedora
de las fuerças de mi vida.
De tal suerte,
que no puede ya la muerte
ser comigo sino muerta,
pues tengo por buena suerte
ser en mí la pena cierta.
Mis congoxas de bien llenas
son tan buenas,
por la causa que’s tan buena,
que no podéis darme pena
sino con no darme penas.
Mas parece
que un contrario se m’ofrece,
tan grave, que ved cuál quedo:
quel alma dize: padece,
y el cuerpo dize: no puedo.