“Ne derelinquas me, ne discedas a me.”
Ps.,27
Sabes que son mis manos desvalidas y mansas,
que tengo trece años y que este largo pelo,
enredado vellón que en mi párvulo pecho
apenas se acuchilla, es un endeble escudo.
Defiéndeme tú
pues en la lisa acera
rebotan de continuo brazadas de amapolas,
y en mis ojos la inocencia asomada
seduce demasiado, es valioso argumento
para abrir charoladas portezuelas,
alcanzarme, someterme al asedio,
precipitarme al pavoroso túnel
del total desamparo, para luego emerger
de entre mis ropas rotas y esparcidas;
los muslos empapados y en mi boca
el viscoso sabor de la mayor vergüenza.
Defiéndeme tú
porque todo me culpa: el desvanecimiento,
la poca ligereza de mis piernas,
el cimbrear, incluso, que tienen mis vestidos,
el tener trece años, el sedal de mi pelo,
y que mis manos sean desvalidas y mansas.
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