Esta sed se me calma cuando cierro los ojos
Y me llama de cerca la voz de tus caricias,
Cada vez que decides acogerte en mi pecho
Y esperar que la noche nos esconda la vida.
Todo se inicia entonces con un ritual silente
En el que desenvuelvo tu cuerpo entre mis manos;
Como una prodigiosa cosecha te contemplo
Y amor, te siego y siembro como único hortelano.
Después, tú te abandonas al paso de mi arado,
Desarmas mi silencio con frases milagrosas
Y estalla una marea de amor que nos eleva
Por encima de todas nuestras pequeñas cosas.
Esa es la trayectoria de nuestra oculta chispa
Que acaba – como siempre – crecida en un incendio
En el que humean piras de roces y ternuras
Que luego se transforman en vórtices de besos.
Y así, esta sed que nace cuando tú estás distante,
Sólo me acosa el tiempo que estamos separados,
Sólo perdura cuando no estoy frente a tus ojos
Pero hecha vidrio, quiebra su hondura entre tus brazos.