Bellos los campos son que tus orillas
adornan, claro Betis, y en tus aguas
retratan su magnífica grandeza.
La rubia mies, opimo don de Flora,
que de las auras al amante beso
resonante se inclina; los copudos
árboles que hasta el cielo se levantan,
o al peso de su fruto regalado
doblan sus verdes ramas; los arroyos
que entre las cañas plácidos serpean,
lamiendo las arenas de su lecho
con sonoro rumor, los ruiseñores
que anidan en tus verdes espesuras
y llenan el espacio de armonías;
las flores del Abril… todo les presta
esa magia y encanto inexplicables
que los sentidos y la mente halagan.
Mas yo suspiro por la estéril roca
donde Cádiz se eleva, como blanca
gaviota posada en una peña
para secar sus alas; yo suspiro
por escuchar del férvido Océano
que la aprisiona entre sus verdes olas
el eterno rumor… Y es porque en ella
las dulces prendas de mi amor habitan…
¡Madre, hermanos, amigos!… y es que acaso
también, ¡oh mar! tus olas, que en ligeros
copos de espuma en las arenas mueren,
cautivan las miradas de mi Elvira,
o hacen latir en corazón de virgen
a impulsos del terror, si impetuosas,
azotadas del Abrego y del Noto,
elevanse rugientes, y amenazan
romper los muros, e inundar la altiva
ciudad que se levanta en tus riberas.
Y cuando el sol se oculta en Occidente
entre brillantes y encendidas nubes,
y miro la ligera gaviota
cruzar alegre el anchuroso espacio
al Océano dirigiendo el vuelo,
torno hacia Cádiz los llorosos ojos
con afán melancólico, lanzando
del triste pecho abrasador suspiro,
que raudo lleva el vespertino viento
que canta en los tendidos olivares.
“Vuela, avecilla, dígole; ligera
vuela a mi Elvira; entre las bellas ninfas,
ornato de las playas gaditanas,
como entre flores a la fresca rosa
conocerla podrás; pura es su frente
como los rayos de la casta luna;
brilla en sus ojos con celeste lumbre
suavísima ternura; su sonrisa
es el nacer de la rosada aurora
en el fecundo Abril; guarda en su alma
la inocencia del niño y el tesoro
de amor de la mujer… pura y divina
emanación de Dios, ángel que al suelo
desciende para bien de los mortales.”
“Vuela y díle el afán que me atormenta,
canta mi oscuro nombre a sus oídos,
y cuando vuelvas a la hermosa orilla
donde su frente eleva hasta las nubes
Híspalis orgullosa, trae en tus alas
el que exhalan suavísimo perfume
las trenzas de sus nítidos cabellos,
el suspiro que acaso lanza triste
su pecho virginal, el eco suave
de su voz argentina, más sonora
que el murmullo del aura en la enramada.”
¡Oh! vuelvan pronto del ardiente estío
las perezosas horas, vuelvan pronto
las tibias brisas de sus tardes, cuando,
a la luz melancólica de Febo,
que pausado a su ocaso se avecina,
o a los rayos suavísimos que lanza
la blanca luna, mírola extasiado
vagar del mar por la arenosa margen,
pura como un ensueño de poeta,
radiante de belleza y de ventura.